Por Mauricio Palomares
Durante décadas, las imágenes del futuro han oscilado entre el esplendor tecnológico y el colapso ambiental. De Blade Runner a Wall-E, pasando por el universo Cyberpunk, la cultura popular ha reflejado y alimentado nuestras ansiedades y anhelos. Pero en medio de la distopía dominante, emerge una nueva visión que busca reconciliar tecnología, naturaleza y humanidad: el Solarpunk.
La idea de futuro no es neutra. Como bien apuntó Fred Polak, “todas las sociedades contienen en su interior las imágenes sociales del futuro”, reflejando no sólo a dónde vamos, sino dónde queremos estar. En ese espejo del porvenir se proyectan los valores, los temores y, sobre todo, las decisiones del presente.
Hoy, cuando el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la desigualdad estructural amenazan con desbordar nuestras capacidades de adaptación, imaginar el futuro se convierte en un acto político. Si el Cyberpunk nos advertía sobre los excesos del hiperconsumo, el autoritarismo y la tecnificación de la vida, el Solarpunk se levanta como una utopía posible: una visión alternativa donde la vida humana es compatible con un planeta saludable, donde las tecnologías limpias están al servicio de comunidades resilientes y equitativas.
A diferencia de los paisajes urbanos distópicos dominados por neón y concreto, el Solarpunk promueve la abundancia de lo verde, la descentralización energética y una relación restaurativa con la naturaleza. Su estética visual se nutre tanto de los manifiestos ecotecnológicos como del cine de Studio Ghibli, y su filosofía apuesta por la tecnofilia crítica: no renunciar a la tecnología, sino reorientarla hacia fines ecológicos y sociales.
Pero más allá de la estética, el Solarpunk representa una narrativa poderosa en un momento en el que urge transitar hacia economías descarbonizadas, infraestructuras regenerativas y vínculos comunitarios más sólidos. Frente al derrotismo climático y la parálisis política, esta corriente plantea una forma de acción colectiva anclada en la esperanza realista.
Este imaginario no niega los desafíos del presente. Al contrario, parte de la constatación de que el tiempo se agota y que las respuestas actuales —desde los plásticos biodegradables hasta los mercados de carbono— no son suficientes. Invita a dejar de pensar que la culpa está siempre en otro lado y asumir que todos somos agentes de cambio. No hay revolución verde sin transformación cultural.
La popularidad creciente del Solarpunk entre escritores, ilustradores, urbanistas y activistas refleja un hambre por narrativas más constructivas, sin por ello caer en ingenuidades. Como escribió el colectivo Solarpunk Italia: “La palabra que articula nuestro discurso es esperanza, porque estamos convencidos de que un mejor futuro es posible”.
En última instancia, la pregunta no es si el futuro será catastrófico o brillante, sino qué estamos dispuestos a imaginar, defender y construir hoy. En esa disyuntiva entre la distopía automatizada y la utopía solar, aún tenemos la posibilidad de elegir. Y esa posibilidad es el verdadero acto revolucionario.
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